Vive les Jeux olympiques !

 

Detrás de una red roja y rasgada, una multitud de andamios en ruinas preceden la piedra oscurecida del Parque olímpico de Barra da Tijuca. A dentro, el gimnasio resguarda un charco gigante y sucio. El sonido perpetuo de un chapoteo se adueña del inmenso espacio vacío bajo el tejado. 

En un bosque cerca de Pekín, el cadaver multicolor de una mascota abandonada espera desde 2008 una sepultura digna. 

Sobre todos los arboles cortados para los juegos invernales de Pyeongchang, dos o tres ancianos pasean cada día. Apenas rompen la inmovilidad con sus recuerdos melancólicos de lo que antecedía aquel desierto. 

Desde 1984, las pistas que servían para el salto de ski y la esperada alza de la economía yugoslava propulsaron los cohetes de la guerra que empezó siete años después. 

Cerca de Grenoble, el trampolín de Saint-Nizier-du-Moucherotte produce cada año más aludes de rocas fisuradas. 

En Atenas, el escalón del estadio baldío imita los vestigios de los anfiteatros antiguos. Las escaleras de la plataforma tagueada avanzan encima de una piscina seca.

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Emmanuel Macron escrutaba la maqueta con las cejas fruncidas, el dedo índice tachando sus labios finos mientras sostenía su barbilla con el resto de su mano. Un gesto sellado de absoluta concentración, que no debía quitarse frente a la armada de clic y de flash de los periodistas. Asentía con la cabeza cada una de las proezas técnicas enumeradas por la arquitecta. Construido por completo en madera decarbonada, con paneles solares en el tejado, el nuevo centro acuático Saint-Denis era el más grande del mundo. Aireaba las maravillas de la french touch y reflejaba la grandeza del imperio macronista. Qué alivio ! La construcción de esta piscina a su imagen había sido retrasada durante varios meses. Había rozado el ridículo cuando se confirmó la imposibilidad de hacer nadar los competidores en el río Sena, a causa de la contaminación. Y eso que estaba muy orgulloso de esta idea, carajo ! Luego, hubo que anunciar la explosión del presupuesto olímpico. Esta maravilla de deportes acuáticos por sí sóla había costado mucho más que los sesenta millones previstos, y aunque oficialmente se repetía noventa millones, la opacidad de las fuentes empujaba la opinión pública a sospechar el doble. No era el momento, en absoluto, de que se filtrara demasiado la noticia de los 70 años de Brigitte, y del banquete carisimo que ocurriría en una semana al Élysées. Hoy día, era primordial sonreir y felicitar los obreros de cascos naranjos. Hoy día, para la inauguración del centro olímpico, era indispensable ponerse una cara radiante y acabar su discurso con un « Vive la République, vive la France, vive les Jeux olympiques ! » más que persuasivo.

Una vez cumplida esta maestría de elocuencia, el presidente dejó caer su mano sobre un grán botón rojo, que seguramente debía acordale de este otro que no se podía tocar, encerrado en un búnker atómico. La música solemne de los XX retumbó magistralmente encima de la piscina, y una bandera francesa se desplegó desde toda la altura del trampolín de diez metros, el primero en la historia del clavado francés. Filas y filas de niños con slip de baños y gorros colores anillos olímpicos asaltaron el vaso de cincuenta metros que se transformó pronto en un estallido de salpicaduras ávidas de hacerles señas a sus padres.

Entonces le tocó brillar a Alexis Jandard. El campeón clavadista se había preparado un sinnúmero de veces para este momento. Respiró hondo, se lanzó en ritmo sobre la plataforma, alzó los brazos muy alto. Y se resbaló. Su rodilla golpeó la tabla, haciendo un brinco que le propulsó en el agua. Cayó como una muñeca desarticulada frente a la sonrisa congelada del presidente. Vive les Jeux olympiques !

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